jueves, 23 de septiembre de 2010

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El problema de la justicia en una sociedad multicultural

Karl Otto Apel



La globalización, es decir, la imbricación planetaria de las relaciones humanas en el ámbito de la técnica, la economía y tendencialmente también en el de la política, me parece hoy un hecho indiscutible. Desde mi punto de vista, se presenta de igual modo u hecho históricamente irreversible. Con ello no quiero decir que no tengan razón aquellos que señalan los aspectos en extremo problemáticos del reciente desarrollo de la globalización en el sector económico mundial, a saber, el hecho de que el aumento respectivo de la eficiencia y automatización de la técnica y el capitalismo financiero internacional parece conducir a una polarización creciente entre ricos y pobres con dimensiones mundiales dentro de los Estados del Tercer Mundo y, recientemente, también del Primer Mundo.
     Creo, sin embargo, que hoy no existe para nosotros como tal una opción racional en el sentido de un roll  back de la globalización. Me parece, más bien, que estamos ante el problema de responder al reto de la globalización, en el sentido señalado, a través de una globalización de segundo orden, tal sería en el ámbito de la cultura y especialmente en el de la moral y en el de la reorganización moralmente responsable del orden jurídico.

     En lo que sigue no podré tematizar el problema indicado en toda su extensión; sin embargo, me parece que trataré uno de los aspectos más comprensivos e importantes de la hoy exigida globalización de segundo orden en la organización de las relaciones humanas, en la perspectiva de una sociedad multicultural.

     Lo indispensable de tal orden social a nivel mundial, por ejemplo, en el ámbito de un orden jurídico de la sociedad civil internacional, se hace inmediatamente evidente y se reconocerá también el lo sucesivo. Sin embargo, el orden legal de carácter mundial y civil, que puede posibilitar la coexistencia pacífica y la cooperación responsable de las diferentes tradiciones de las comunidades étnicas y religioso-culturales deberá ser el paradigma para la construcción de todos los derechos de los estados, en contraposición, por ejemplo, con la exigencia nacionalista de unidad y pureza étnica o del fundamentalismo religioso, de acuerdo con la unidad cultural-religiosa.
[...]
Así pues, ante esta situación mundial, es, de acuerdo con mi punto de vista, tarea de la filosofía el hacer comprensible la concepción del multiculturalismo. Ésta tiene que ser aceptada como respuesta inevitable a la globalización; y justificarse por medio de principios normativos. ¿Cómo puede llevar a cabo la filosofía esta tarea? En lo que sigue, me gustaría dar respuesta a esta pregunta desde la perspectiva de la ética el discurso fundamentada pragmático-trascendentalmente.

[Fragmento del artículo publicado en Intersticios, núm. 8, 1998]




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